Nota publicada en la revista Ojo al Piojo! en agosto de 2013

Ojo al Piojo! entrevistó a Diego Golombek –doctor en biología, escritor y conductor del programa Proyecto G, de Canal Encuentro– quién explicó que el interés por la ciencia siempre está presente en la infancia y afirmó que el desafío es lograr que los chicos no lo pierdan en el camino. Además, opinó sobre el desempeño de la educación formal en esa área y brindó consejos a los padres para estimular a los pequeños científicos que hay en cada casa.

La imagen de la ciencia como algo extraño, ajeno a la vida cotidiana e imposible de entender para los que no son genios, se derrumba al escuchar a Diego Golombek. A través de sus libros, participación en televisión y otros proyectos, él se empeña en mostrar a la ciencia como algo cercano e interesante para todos, incluídos los chicos. De hecho, una de las frases que siempre repite es “todos los niños nacen científicos”, parafraseando a Picasso, quien dijo “todos los niños nacen artistas”.

“Lo que tenemos que lograr es que los chicos no se alejen de la ciencia, porque ellos ya la tienen incorporada. Su deseo de saber de qué se trata, de hacer preguntas, de quemar hormigas con la lupa, de abrir el juguete para ver qué hay adentro (o de abrir al hermanito para ver qué hay adentro –bromea–), es una pulsión absoluta de ciencia. Lo que sucede es que la educación formal tiende a ir barriendo esas preguntas debajo de la alfombra porque nos da miedo decir disparates, decir que no sabemos o enfrentarnos a lo desconocido”, explica Golombek.

Para él, actualmente la educación formal juega “un papel bastante pobre” en este proceso que el propone. “En lugar de tratar de entender cómo se piensa científicamente algo, lo que se enseña son los hechos de la ciencia, con fechas, fórmulas y definiciones. En la primaria hay muy pocas horas y en la secundaria hay más enseñanza pero en compartimentos estancos de disciplinas que parecen no tener nada que ver una con la otra y que tratan solamente los hechos”, lamenta.

¿Cómo se puede incentivar ese pensamiento que los chicos ya tienen?

Básicamente hay que hacer un cambio revolucionario en la enseñanza de las ciencias y esto tiene que hacerse, en primer lugar, en la formación de los docentes. Uno es docente imitando a aquel que lo deslumbró, por eso se necesitan buenos modelos en los institutos de formación. Hay mucho cambio por hacer en la educación formal, pero también hay mucho que se puede hacer desde la enseñanza no formal, como crear museos de ciencia, hacer campamentos científicos, ferias. Hay muchas actividades que jamás van a reemplazar a la educación formal pero la pueden complementar. Incluso, hay muchos profesores que utilizan las actividades de divulgación científica de revistas o de la televisión para encontrar disparadores de temas que quieren tratar con los alumnos. Pero insisto, estas son actividades complementarias y no de reemplazo de la educación formal, en la cual tenemos muchísimo por hacer.

¿Cómo ves la situación de este tipo de propuestas en el país? ¿En qué estado de desarrollo se encuentran?

Sin duda, hay muchas propuestas y hay un énfasis en que crezcan. Hay que mantenerlas y aumentar los clubes de ciencia… ¿A qué chico no le gustaría pasar una tarde fabricando robots? ¿o inventar su propio videojuego? ¡A todos! Y eso se puede hacer en un taller de ciencia. Tiene que haber más espacios, para toda clase social y todo nivel educativo. Hay mucho, pero queremos más.

En algunas oportunidades hablaste sobre la escasez de científicas mujeres en la historia y expresaste tu inquietud por cambiar el concepto de que la ciencia es para hombres. ¿Qué lugar creés que tienen estos conceptos hoy?

En el imaginario popular sigue siendo así. Si uno le pide a alguien que cierre los ojos y se imagine a una persona que trabaja en ciencias, probablemente se imagine a un hombre, en general mayor, seguro con guardapolvo, sucio, con anteojos gruesos y que al abrir la boca le salen fórmulas. Lo loco es que eso no responde a la realidad. En este momento, en estudiantes de ciencias, becarias e investigadoras, estamos muy cerca del 50 porciento; y en algunas disciplinas, la cantidad de mujeres supera a la de hombres. Si uno mira más arriba en la jerarquía, en las posiciones de investigador superior o jefe de grupo, ahí sí los números hablan a favor de los hombres. Ese es un problema, porque no es lo mismo lograr que haya la misma cantidad de estudiantes a que todos tengan la misma posibilidad social de llegar a una situación de liderazgo. De eso estamos todavía un poquito lejos en Argentina y en el mundo, pero lo que ha cambiado mucho es la concepción de la vocación científica como algo de hombres. Hoy,una chica que tenga interés por al ciencia no se va a sentir cohibida o a pensar que no lo puede hacer por ser mujer. Eso ha cambiado mucho, afortunadamente.

Este imaginario del que hablabas, ¿cómo influye en los chicos a la hora de plantearse una vocación científica?

Influye bastante negativamente, porque el arquetipo del científico es el de Hollywood, el científico loco que tiene risa diabólica. Actualmente, también hay otro arquetipo de científico que sale de las series norteamericanas. Desde Big Bang Theory –que retrata muy bien arquetipos de nerds, con lo cual uno se ve representado en parte– hasta las series forenses, muestran científicos que son muy caricaturescos. Estos personajes hacen que la gente piense que los científicos no comen, no se ríen, no la pasan bien, están encerrados en su laboratorio todo el día, cosas que no son ciertas. Ser científico es una profesión como cualquier otra, maravillosa y que no es para genios. Cuando un chico se plantea que le interesa la física o la química y piensa que no puede dedicarse a eso porque no es un genio, o porque cree que no va a tener trabajo digno, no está pensando algo real. Esto no es para genios sino para gente que se quiera dedicar. Y asimismo, en este momento, hay muchísimo trabajo.

Antes dijiste que uno como docente toma como modelo a la persona que lo deslumbró. En tu caso, ¿quién fue tu modelo en la enseñanza o la divulgación?

En investigación tuve suerte porque tuve muy buenos maestros, como quien me dirigió la tesis de doctorado y otros que conocí en los años que estuve en otros países. En divulgación hay algunos modelos, tanto en la escritura, como en la televisión. Mis influencias mayores suelen ser anglosajonas porque a los ingleses en la divulgación científica no hay con qué darles. Mezclan un rigor científico con un humor y una acidez como no hace nadie en el mundo. También hay algunos norteamericanos y latinoamericanos que también hacen algo similar. Realmente hay mucho en lo que uno puede espejarse.

¿Cómo fue tu experiencia con Proyecto G, programa que va por su sexta temporada?

Es algo muy loco lo que pasó con el programa, realmente superó mis expectativas. Yo venía trabajando en divulgación científica y había participado del programa de Adrián Paenza (Científicos Industria Argentina), lo que había sido una experiencia maravillosa. Había sido muy bueno trabajar con él y su productora, pero ellos se especializan en la comunicación de la investigación profesional, o sea, de lo que hacen los científicos. Eso me terminaba de convencer porque yo quería comunicar la ciencia cotidiana, esa que ocurre cuando estás en la cocina, en el baño o en el jardín, y cuando te hacés esas preguntas que parecen disparates. En ese momento surgió la oportunidad de hacer algo diferente –que coincidió con el nacimiento de Canal Encuentro–, algo que combine rigor científico con humor y ficción. Fue muy jugado, porque no es un formato muy utilizado en el mundo y menos en Argentina. Esto de ponerse a bromear con la ciencia, contar con actores y con científicos que hacen de actores era exponerse mucho, pero poco a poco el formato fue creciendo y hoy lo conoce mucha gente. El programa se ha utilizado en escuelas y ha tenido múltiples niveles de lectura. Nosotros inicialmente lo pensábamos para jóvenes interesados por las ciencias pero de pronto empezamos a enterarnos que hay nenes de jardín que lo ven, chicos de secundaria, público adulto. Cada uno puede extraer algo que le interesa del programa.

¿Cómo es la experiencia con tus hijos? ¿Ellos exprimen al Dr G?

Suelen divertirse. La ventaja es que yo tengo algunos recursos por mi profesión, entonces puedo contestar bastantes preguntas, pero también le digo algunos ‘no sé’ y trato de hacer experimentos con ellos. Son chicos normales, para los cuales un experimento es agarrar un vaso, ponerle un poco de todo lo que encontramos en la heladera, ponerle detergente y ver qué pasa. De a poquito, esos experimentos pueden tratar de responder preguntas que no te dejan dormir, como por qué bostezamos, por qué lloramos, o qué pasa con el arco iris. Ojalá yo pueda ir ayudándolos a enfocar esas inquietudes.

Algún padre que lea esta entrevista puede pensar “bueno, él lo puede hacer porque es Diego Golombek”. ¿Vos qué le dirías a los papás? ¿pueden animarse ellos también a hacer estas cosas?

¡Por supuesto! Deben hacerlo, porque hoy están moldeando un cientifiquito en su casa, aunque después se dedique a otra cosa. El animarse a las preguntas científicas te puede dar una mejor mirada, puede hacerte un mejor ciudadano porque vas a poder elegir más racionalmente, pero, sobre todo, puede hacerte mejor persona, porque no vas a responder tanto a prejuicios, a mitos, al principio de autoridad.

Para los padres es difícil contestar ‘no sé’ frente al 90% de las preguntas que le hace su hijo, suele sentirse descalificado. Pero es maravilloso contestar ‘no sé’, porque no es algo que clausura, sino que abre a otras preguntas. El ‘no sé’ puede ser acompañado por la iniciativa a buscar, a averiguar. Ahora que tenemos tanto acceso a buscar información, tenemos que aprovecharlo. Podemos buscar en internet, ver series de divulgación o contactarnos con científicos, cosas que antes no se podían hacer. Dentro de la familia está buenísimo que existan esos espacios. Es absolutamente divertido tener una pregunta, hacer algún experimento chiflado en casa para ver qué pasa y después consultar, leer, buscar información. Si uno no lo hace se pierde una oportunidad de estar cerca de sus hijos. Si lográs sacarte un poco el filtro, la vas a pasar genial. No solamente vas a ser un superhéroe para los chicos, sino que además te vas a divertir y eso es impagable.

¿Qué te gustaría lograr con tus proyectos, tanto de televisión como con los libros?

En primer lugar, busco pasarla bien yo, porque si yo no me divierto con los libros o con la tele, me parece que nadie se puede divertir del otro lado. Además, creo que esto de contar la ciencia desde otro lugar, como actividad cotidiana, preguntona y curiosa –en contraposición a algo que es necesario, que es contar la ciencia profesional– puede ayudar a generar otra conciencia, a incorporar a la ciencia como parte de la cultura y a humanizar la mirada científica del mundo y no seguir imaginándonos al científico loco de las películas.

Recuadro

Diego Golombek

Nació en Buenos Aires en 1964 y dice que llegó a la ciencia casi sin saber por qué. Sin haber sido un niño naturalista y luego de haberse desarrollado en el periodismo, teatro y música durante su adolescencia, ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.

No está claro el motivo de su llegada, pero sí el de su permanencia: apasionado por esta disciplina, se recibió de licenciado y doctor en Biología en esa institución. “La ciencia es tan amplia, que siempre hay algo que te atrapa. En mi caso, fue entender que había un pedacito de cerebro que medía el tiempo. Para mí, el tiempo era el gran concepto desde la literatura y desde el arte y, de repente, ver que también se podía estudiar desde el lado de adentro fue increíble… Por eso me dedico a eso desde hace más de veinte años.”, cuenta.

Actualmente es profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), donde dirige el laboratorio de Cronobiología, e investigador principal del Conicet.

Pero no sólo se dedicó a investigar, sino también a difundir esta ciencia, la que se mezcla con el arte y la vida cotidiana. Conduce su propio ciclo televisivo, Proyecto G, y colabora como columnista especializado en otros espacios, como la revista dominical del diario argentino La Nación. Dirige además la colección “Ciencia que ladra…” en Siglo XXI Editores Argentina. Recibió, entre otros, el premio nacional de ciencias “Bernardo Houssay”, la beca Guggenheim, el premio Konex en comunicación y el premio “Ciudad Capital” del Distrito Federal de México.