En un pasaje de La llamada, Silvia Labayru cuenta que cuando ve una lista de desaparecidos, siente el instinto de buscar su propio nombre.
«―Me impresionan mucho esas baldosas ―comenta ella―. Cada vez que las veo, o que veo murales con la lista de desaparecidos, digo: “¿A ver dónde estoy yo?”. Después me doy cuenta.»
Labayru es una sobreviviente de la última dictadura militar argentina, y La llamada es un perfil sobre ella escrito de manera honesta, sensible y aguda por la periodista Leila Guerriero.
Silvia estuvo secuestrada en la ESMA, el mayor centro clandestino de detención que funcionó en Argentina, pero su historia no es de las más comunes. Mientras la gran mayoría de las personas que pasaron por allí fueron lanzadas con vida al río o al mar, Silvia fue liberada después de dos años; mientras a la mayor parte de las mujeres embarazadas les hacían dar a luz a sus bebés en cautiverio para luego robárselos y dárselos a otras familias bajo una identidad falsa, a Silvia la hicieron parir allí, acostada en una mesa, pero su hija fue entregada a su propia familia, que la cuidó hasta que ella recuperó su libertad.
Esta es una historia atípica, pero no única. El trato que tuvieron con ella, que parecía ser excepcional, era parte de un sometimiento sistemático hacia algunas de las personas secuestradas, que implicaba, entre otras cosas, trabajo forzado y violaciones.
Cuando hablamos de los crímenes de lesa humanidad cometidos en esos años, muchas veces ponemos el foco únicamente en la cuestión ideológica, pero esta historia nos permite vislumbrar el rol que jugaban otras variables, como la clase y el género, en las decisiones del poder.
Por otro lado, nos permite acercarnos a la vida en el exilio de las personas que, como ella, habían logrado sobrevivir.
Durante los años de la dictadura, en la sociedad argentina en general se instaló la frase “algo habrán hecho”, que presuponía que si las fuerzas de seguridad se llevaban a una persona, era porque había cometido algún crimen o estaba involucrada en algo ilegal. Es decir, había un motivo ―y de alguna manera, una justificación―.
Pero también hubo otro tipo de “algo habrán hecho”, más silencioso, que germinó en ese tiempo: uno que reflejaba sospecha y desconfianza por parte de los exiliados o militantes hacia las personas que habían sobrevivido a los centros clandestinos. Si lograron salir, por algo será.
“Cuando salimos de la ESMA fue un espanto. El lema de los organismos de derechos humanos eran ‘Vivos los llevaron, vivos los queremos’, pero muchos salimos vivos y no nos quisieron”, dice Silvia Labayru.
La llamada no es un libro cómodo. Con rigurosidad, en estas 400 páginas Leila Guerriero deja latiendo preguntas, dilemas y contradicciones, y también recoge críticas hacia la militancia de esa época. Sin embargo ―contrariamente a lo que espera el gobierno argentino actual cuando llama a “hablar de la historia completa”― eso no atenúa un solo milímetro la intensidad del horror de la dictadura . Más bien nos revela más aristas de la crueldad. Nos habla de las pérdidas de una manera más amplia de lo que a veces somos capaces de contemplar.
Esta semana me preguntaron si es un libro demasiado crudo, y no supe bien cómo responder. Es un texto complejo y sensible que habla de violencias, pero también de identidad, de humor, del deseo de vivir y de la amistad: muestra los matices del dolor y de lo que se hace con él.